Publicar por primera vez a Chae Mansik en español ha sido también relacionarse con una figura casi desconocida. No es sencillo documentar una vida que nos es doblemente ajena: por tiempo y por espacio. La ayuda de Álvaro Trigo y Andrés Felipe Solano ha sido esencial: de su experiencia ha nacido nuestra incipiente familiaridad con Chae. Gracias a ellos hemos podido dialogar con un autor prolífico, agudo y que supo hacer del realismo social un vehículo ideal para vertebrar el testimonio de toda una vida signada por la dominación colonial. Al poco tiempo de trabajar sus obras y biografía descubrimos que nuestro querido autor fue, ante todo, un disidente literario. Pero ¿qué significa exactamente serlo?
Vivimos en un canon. Posiblemente uno lo suficientemente difuso como para no ser capaces de comprenderlo desde nuestro presente. Las tendencias de la cultura, en cambio, se hacen evidentes en retrospectiva. Los cánones de la escritura están ahí. Vivimos, por ejemplo, la exploración postmoderna de los (no)géneros, el auge de la autoficción y la expansión de nuevas narrativas que parten de lugares comunes con una fuerte carga de género. Todos estos elementos son de naturaleza literaria, quizás porque nuestro contexto político estimula, pero en ningún caso delimita, la voluntad artística de nuestro tiempo. Sin embargo, los episodios históricos «traumáticos», en sentido freudiano, traen consigo, entre muchos otros cambios, un viraje interesado en lo que a la producción cultural se refiere. Chae vivió esto en primera persona cuando el periodo de ocupación japonesa condicionó sus publicaciones.
Existe un Chae «colaboracionista» del que os hablamos hace unas semanas. Nuestro querido autor se vio obligado a escribir textos a favor del régimen japonés, incluso estuvo involucrado en la creación de clubes de lectura que fomentaban la adhesión pro-japonesa. Japón redefinió el canon literario. Proliferaron las obras exaltadoras del Imperio y la disidencia política fue castigada. Chae, en este sentido, vivió un momento de transición, podemos decir, «forzada». Creemos, sin embargo, que la obra de Chae, la que fue concebida en un ejercicio de libertad narrativa y no condicionada por las restricciones políticas, muestra una militancia literaria profundamente crítica. Hoy os queremos ofrecer un breve recorrido por algunas de las obras de Chae que muestran la opinión sincera de un intelectual comprometido con «los que padecen la historia».
Es justo comenzar con «El idiota de mi tío», un relato que condensa las preocupaciones de los intelectuales coreanos en los años de opresión colonial. Un tío, licenciado en Economía y socialista exconvicto, es incapaz de comprender el pensamiento de su sobrino, un joven alienado por la propaganda cultural japonesa. El sobrino reprocha al intelectual sus ideas viciadas y la falta de sentido común. Para él el futuro es y será siempre Japón: su lengua, sus ciudades, su cultura.
El diálogo entre ambos personajes muestra el calado del conflicto cultural Japón-Corea en el marco del entendimiento intergeneracional. La fractura política entre ciudadanos a favor y en contra de la nueva Administración se filtra también en los hogares hasta condicionar las relaciones familiares. En este planteamiento cuesta imaginar un ejercicio literario exento de compromiso crítico.
Algo similar se pone en juego en «Vidas de usar y tirar»: un joven universitario, que ha creído a pies juntillas la máxima japonesa de que el estudio será recompensado, descubre que, tras graduarse, su destino es, en realidad, el de vagabundear por las calles de la capital en busca de algo que llevarse a la boca. Chae, hablando desde su experiencia académica, nos habla de una generación sobreformada incapaz de encontrar su lugar en una sociedad sin oportunidades laborales. ¿Dónde queda el futuro anunciado a bombo y platillo por los japoneses? Muy probablemente en los bolsillos de los mismos hombres de Estado que conciben a los coreanos como vidas «de usar y tirar».
Pero es «El agente Maeng» el relato en el que Chae muestra la panorámica más ácida acerca de las heridas que un período como el de ocupación puede acarrear. En esta historia Maeng, un funcionario de la Policía, decide volver al cuerpo tras la independencia de Corea (este relato fue escrito al término de la Ocupación). Sin embargo, descubre que la abyección que durante años ha identificado con el invasor extranjero, muy al contrario de lo que pensaba, se aloja en el corazón de sus compañeros y conciudadanos. Los problemas no terminan con el izamiento de la enseña nacional, sino con un ejercicio social y conjunto de revisión moral que, incluso a día de hoy, queda pendiente. Es muy significativo que este sea uno de los relatos publicados en la Corea soberana: Chae escribe con sinceridad y sus palabras exhortan a no cejar en la lucha por una Corea justa.
Esperamos que esta entrada os permita comprende mejor las luces y las sombras de un autor que representa, pese a todo y todos, la escritura militante. Cuando El idiota de mi tío y otros idiotas aparezca finalmente ante vosotras no olvidéis que no es solo un libro, sino el testimonio de toda una vida marcada por algunas de las horas más crueles de la Historia.
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